Interior de un molino.| Salud Hernández Mora
Interior de un molino.| Salud Hernández Mora
* El enclave acuífero es uno de los más ricos del planeta
* Una compañía canadiense quiere explotar a cielo abierto
* Las autoridades obligarían a los vecinos a desalojar sus hogares
* LEA MÁS NOTICIAS DE AMÉRICA EN ELMUNDO.ES/AMERICA
Salud Hernández Mora | Colombia
Actualizado sábado 13/11/2010 19:57 horas
* Disminuye el tamaño del texto
* Aumenta el tamaño del texto
Marmato. Llevan quinientos años ordeñando las entrañas del cerro El Burro y aún queda oro para varias generaciones. Se pueden contar más de doscientas ochenta minas, la mayoría propiedad de lugareños, si bien una multinacional adquirió cerca de un tercio de ellas y ensombreció el futuro del pueblo, situado en el departamento de Caldas, a mitad de camino entre Manizales y Medellín, en el centro del país.
Según los estudios, existen reservas de entre 7.5 y 9 millones de onzas Troy (12.000 millones de dólares a precios actuales), lo que siempre hizo del enclave acuífero uno de los más ricos del planeta al punto de que en el siglo XIX y principios del pasado, “el oro exportado del municipio establecía los precios en la Bolsa de Londres”, según reza un viejo diario local.
Los marmateños son hijos y nietos de mineros y no quieren ni imaginan nada distinto a seguir arrancándole a la exuberante Cordillera Occidental, con sus técnicas ancestrales, el codiciado metal. La fama de lo que Marmato es hoy en día , se remonta a tiempos precolombinos, atrajo a conquistadores españoles, negociantes ingleses y a aventureros de todo pelaje a lo largo de los siglos.
Ahora se sienten amenzados
Ahora sienten la amenaza de dos nubarrones que ponen en riesgo sus tradiciones y sus sueños: la empresa Medoro Resources y el gobierno nacional. Impulsada por los precios récord que alcanzó el oro en los mercados internacionales, la compañía canadiense pretende desarrollar un proyecto de explotación a cielo abierto, que sólo será posible si las autoridades obligan a los vecinos a desalojar sus hogares.
“En esta región no hay negocio lícito mejor que la minería y ahora, por su alto precio, ha despertado la codicia de las compañías extranjeras. A diferencia de nosotros, que estamos en las buenas y en las malas, que soportamos todas las inclemencias, ellos son oportunistas y se aprovechan de la ingenuidad de la gente y de la complicidad de las autoridades”, comenta Yamile Amar, una voz legendaria en la localidad.
Nacido en Marmato e hijo de un emigrante libanés, posee un molino y una mina, heredada de su padre, desde hace cuarenta y tantos años. La sigue trabajando, ahora con sus cuatro hijos y veintinueve jornaleros. Al inicio, tenía 80 metros abiertos y ya el socavón completa los ochocientos metros.
Rentabilidad y comodidad
En una jornada, si todo marcha bien, pueden extraer unas cuarenta toneladas de roca de la que sacan unos quince castellanos de oro (cada uno son 4.6 gramos), la medida tradicional, común en la localidad. A precios actuales, suponen unos 3.150.000 pesos (1.575 dólares), aunque varía en función de la ley del metal.
En el molino aíslan las tierras, que contienen oro, del material estéril. Luego las procesan con agua con cianuro –en este lugar no utilizan el mercurio- hasta sacar las pepitas. Las venden a compradores de la misma comunidad, que más tarde las comercializan en la fundición de Medellín.
Las gentes con las que hablo sostienen, al igual que Amar, que si continúan la minería artesanal, de socavón, el metal durará muchos decenios y podrán seguir disfrutando de la vida que escogieron. Pero si el gobierno permite que Medoro la trabaje a cielo abierto, en quince o veinte años agotarán el oro y acabarán con el cerro.
“El capital extranjero lo único que ha producido es caos, ha oscurecido nuestro norte”, indica Eulises Lemos, un combativo defensor del pueblo. Critica, como muchos otros, a los foráneos por aparecer con los mismos espejitos de los conquistadores, ofertas tentadoras que terminan por convencer a los propietarios de deshacerse de las minas de sus ancestros.
Quienes aún no han vendido, claudicarán tarde o temprano, piensan los más realistas, además, el Estado, si opta por aceptar el proyecto de Medoro, podría expropiar a los “rebeldes”.
Las casas de Marmato están prendidas de una loma cuyo interior es un queso gruyére. Hay tantos túneles construidos, que parece un milagro que no se haya derrumbado. Los nativos insisten en que sus casas no corren peligro alguno, que la roca es tan fuerte que resiste hasta los terremotos. Las autoridades intentan convencerles de que abandonen el cerro y se instalen al pie de la montaña, en la vereda El Llano, donde ya habitan algunos.
“Aquí ni tiembla la tierra” cada vez que hay movimientos telúricos, afirman con firmeza. Frente a sus sencillos y espaciosos hogares, divisan el imponente paisaje de una interminable sucesión de montañas verdes, un lujo del que ninguno se quiere desprender.
A hurtadillas en los agujeros
A Medoro, además de sus planes, le reprochan haber cerrado las minas que adquirió en el 2007 y destruido los once molinos comprados, lo que dejó sin empleo a 833 trabajadores. Unos meses después de esa medida, la misma empresa hizo la vista gorda ante un nuevo fenómeno, el guacheo, desconocido en el pueblo y que tampoco es bien recibido.
Desesperados por la falta de trabajo, unas gentes empezaron a meterse a hurtadillas en los agujeros para trabajarlos por su cuenta. La vigilancia es nula y la entrada de las minas sólo está protegida por una simple puerta. El problema llegó cuando se regó la voz por el universo minero y aparecieron buscadores de fortuna de todas partes.
Ahora los propios oriundos no sólo no conocen a todos los que pasan por sus empinadas calles empedradas, sino que temen, por primera vez, una catástrofe. “Los guacheros sacan la tierra y la llevan a los molinos, pero no trabajan las minas como deberían. No aseguran los corredores con troncos de madera ni toman precauciones”, explica Germán Antonio Guisao.
Achacan a una alianza entre las autoridades nacionales y Medoro lo que está ocurriendo puesto que su interés, aseguran, es que suceda una calamidad que justifique el desalojo del pueblo.
Al conversar con los habitantes, en su inmensa mayoría naturales de Marmato, construido en una inverosímil posición geográfica, sorprende el apego, orgullo y amor que sienten por su terruño, y su enfado si alguien remarca la escasa belleza de unas calles desordenadas, la ausencia de una plaza y un parque.
“Ellos, Medoro, compraron minas pero no el pueblo. El paisaje, la cultura, la historia, son de los marmateños. Este es un pueblo que hay que respetarlo”, insiste Yamile Amar. “¿Vamos a echar a perder nuestra historia para saciar el apetito de una compañía extranjera?”.
Interior de un molino.| Salud Hernández Mora
* El enclave acuífero es uno de los más ricos del planeta
* Una compañía canadiense quiere explotar a cielo abierto
* Las autoridades obligarían a los vecinos a desalojar sus hogares
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Salud Hernández Mora | Colombia
Actualizado sábado 13/11/2010 19:57 horas
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Marmato. Llevan quinientos años ordeñando las entrañas del cerro El Burro y aún queda oro para varias generaciones. Se pueden contar más de doscientas ochenta minas, la mayoría propiedad de lugareños, si bien una multinacional adquirió cerca de un tercio de ellas y ensombreció el futuro del pueblo, situado en el departamento de Caldas, a mitad de camino entre Manizales y Medellín, en el centro del país.
Según los estudios, existen reservas de entre 7.5 y 9 millones de onzas Troy (12.000 millones de dólares a precios actuales), lo que siempre hizo del enclave acuífero uno de los más ricos del planeta al punto de que en el siglo XIX y principios del pasado, “el oro exportado del municipio establecía los precios en la Bolsa de Londres”, según reza un viejo diario local.
Los marmateños son hijos y nietos de mineros y no quieren ni imaginan nada distinto a seguir arrancándole a la exuberante Cordillera Occidental, con sus técnicas ancestrales, el codiciado metal. La fama de lo que Marmato es hoy en día , se remonta a tiempos precolombinos, atrajo a conquistadores españoles, negociantes ingleses y a aventureros de todo pelaje a lo largo de los siglos.
Ahora se sienten amenzados
Ahora sienten la amenaza de dos nubarrones que ponen en riesgo sus tradiciones y sus sueños: la empresa Medoro Resources y el gobierno nacional. Impulsada por los precios récord que alcanzó el oro en los mercados internacionales, la compañía canadiense pretende desarrollar un proyecto de explotación a cielo abierto, que sólo será posible si las autoridades obligan a los vecinos a desalojar sus hogares.
“En esta región no hay negocio lícito mejor que la minería y ahora, por su alto precio, ha despertado la codicia de las compañías extranjeras. A diferencia de nosotros, que estamos en las buenas y en las malas, que soportamos todas las inclemencias, ellos son oportunistas y se aprovechan de la ingenuidad de la gente y de la complicidad de las autoridades”, comenta Yamile Amar, una voz legendaria en la localidad.
Nacido en Marmato e hijo de un emigrante libanés, posee un molino y una mina, heredada de su padre, desde hace cuarenta y tantos años. La sigue trabajando, ahora con sus cuatro hijos y veintinueve jornaleros. Al inicio, tenía 80 metros abiertos y ya el socavón completa los ochocientos metros.
Rentabilidad y comodidad
En una jornada, si todo marcha bien, pueden extraer unas cuarenta toneladas de roca de la que sacan unos quince castellanos de oro (cada uno son 4.6 gramos), la medida tradicional, común en la localidad. A precios actuales, suponen unos 3.150.000 pesos (1.575 dólares), aunque varía en función de la ley del metal.
En el molino aíslan las tierras, que contienen oro, del material estéril. Luego las procesan con agua con cianuro –en este lugar no utilizan el mercurio- hasta sacar las pepitas. Las venden a compradores de la misma comunidad, que más tarde las comercializan en la fundición de Medellín.
Las gentes con las que hablo sostienen, al igual que Amar, que si continúan la minería artesanal, de socavón, el metal durará muchos decenios y podrán seguir disfrutando de la vida que escogieron. Pero si el gobierno permite que Medoro la trabaje a cielo abierto, en quince o veinte años agotarán el oro y acabarán con el cerro.
“El capital extranjero lo único que ha producido es caos, ha oscurecido nuestro norte”, indica Eulises Lemos, un combativo defensor del pueblo. Critica, como muchos otros, a los foráneos por aparecer con los mismos espejitos de los conquistadores, ofertas tentadoras que terminan por convencer a los propietarios de deshacerse de las minas de sus ancestros.
Quienes aún no han vendido, claudicarán tarde o temprano, piensan los más realistas, además, el Estado, si opta por aceptar el proyecto de Medoro, podría expropiar a los “rebeldes”.
Las casas de Marmato están prendidas de una loma cuyo interior es un queso gruyére. Hay tantos túneles construidos, que parece un milagro que no se haya derrumbado. Los nativos insisten en que sus casas no corren peligro alguno, que la roca es tan fuerte que resiste hasta los terremotos. Las autoridades intentan convencerles de que abandonen el cerro y se instalen al pie de la montaña, en la vereda El Llano, donde ya habitan algunos.
“Aquí ni tiembla la tierra” cada vez que hay movimientos telúricos, afirman con firmeza. Frente a sus sencillos y espaciosos hogares, divisan el imponente paisaje de una interminable sucesión de montañas verdes, un lujo del que ninguno se quiere desprender.
A hurtadillas en los agujeros
A Medoro, además de sus planes, le reprochan haber cerrado las minas que adquirió en el 2007 y destruido los once molinos comprados, lo que dejó sin empleo a 833 trabajadores. Unos meses después de esa medida, la misma empresa hizo la vista gorda ante un nuevo fenómeno, el guacheo, desconocido en el pueblo y que tampoco es bien recibido.
Desesperados por la falta de trabajo, unas gentes empezaron a meterse a hurtadillas en los agujeros para trabajarlos por su cuenta. La vigilancia es nula y la entrada de las minas sólo está protegida por una simple puerta. El problema llegó cuando se regó la voz por el universo minero y aparecieron buscadores de fortuna de todas partes.
Ahora los propios oriundos no sólo no conocen a todos los que pasan por sus empinadas calles empedradas, sino que temen, por primera vez, una catástrofe. “Los guacheros sacan la tierra y la llevan a los molinos, pero no trabajan las minas como deberían. No aseguran los corredores con troncos de madera ni toman precauciones”, explica Germán Antonio Guisao.
Achacan a una alianza entre las autoridades nacionales y Medoro lo que está ocurriendo puesto que su interés, aseguran, es que suceda una calamidad que justifique el desalojo del pueblo.
Al conversar con los habitantes, en su inmensa mayoría naturales de Marmato, construido en una inverosímil posición geográfica, sorprende el apego, orgullo y amor que sienten por su terruño, y su enfado si alguien remarca la escasa belleza de unas calles desordenadas, la ausencia de una plaza y un parque.
“Ellos, Medoro, compraron minas pero no el pueblo. El paisaje, la cultura, la historia, son de los marmateños. Este es un pueblo que hay que respetarlo”, insiste Yamile Amar. “¿Vamos a echar a perder nuestra historia para saciar el apetito de una compañía extranjera?”.
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