jueves, 7 de julio de 2011



José Fernando Isaza

Marmato

Por: José Fernando Isaza

MI MAESTRO PEROGRULLO DIRÍA QUE para ir a Marmato hay que saber cómo se va.

Sólo hay una señal en la troncal occidental que anuncia el desvío a Marmato, si va rápido no la ve y tendrá que devolverse unas decenas de kilómetros. Este municipio caldense enclavado y colgado, literalmente, de una montaña, es uno de los puntos conflictivos de la locomotora minera. Se debate la propuesta de la compañía canadiense Medoro Resources para explotar a cielo abierto reservas auríferas que pueden superar 5 millones de onzas; para hacerlo deben trasladar el municipio. Éste es uno de los más antiguos de Colombia fundado hacia 1540, ha sido fuente de explotación de oro desde el siglo XVII. En el siglo XIX, los ingleses, fruto de una dación en pago de una deuda externa impagada, sacaron el oro perforando socavones. Todavía hoy habitan descendientes con claros rasgos de sus antepasados europeos. Aunque hay mestizaje, éste no se realizó en muchos afrodescendientes llevados, violando sus derechos humanos, por la corona española para trabajar en las minas.
El pueblo tiene características únicas, los vehículos no pueden transitar por sus empinadas y empedradas calles, hasta hace poco el único medio de transporte urbano era la mula; hoy con un arriesgado mototaxismo puede subirse a la cima. Allí se localizaban las oficinas del municipio, en sus paredes estaba colgado un aviso: “Prohibido estacionar bestias”.
La explotación minera artesanal se realiza dentro del casco urbano, de vez en cuando se producen derrumbes. Hace unos años un deslizamiento mayor hizo pensar en la conveniencia de trasladar el área urbana. Aún está en construcción el nuevo Marmato, allí están las oficinas municipales. Los habitantes siguen en su tradicional asentamiento. Se ven pancartas de oposición al proyecto de la mina industrial a cielo abierto que implica la destrucción del llamado “Pesebre de oro”.
Hoy conviven minería artesanal, industrial, legal e ilegal. Algunos mineros artesanales aceptarían vender sus derechos y emigrar. Otros se oponen, afirman que a pesar de lo duro del trabajo el oro les permite comer y refresquear.
El alto precio del oro ha estimulado la creación reciente de cientos de pequeñas minas entre el nuevo y viejo municipio. Los mineros artesanales aseguran que no emplean ni cianuro, ni mercurio en su explotación y que contaminan menos que la gran minería.
El pueblo se debate entre una centenaria tradición minera y unas formas modernas de producción, entre ser empresario independiente, asalariado o emigrante.
Siguen activos los bailaderos y cantinas en donde se esfuma parte del ingreso. La descripción de estas celebraciones sabatinas hace casi un siglo por Bernardo Arias Trujillo en su novela Risaralda se cumple hoy casi al pie de la letra en Marmato.
Quise volver antes que desaparezca este único lugar, arrasado por la modernidad y los grandes capitales.
Muchas inquietudes continúan. ¿Por qué, a diferencia de los países mineros, en Colombia las regalías no se modifican cuando el precio se dispara? Las regalías del oro 4%, se fijaron cuando el precio de éste era del orden de US$200 la onza, hoy el precio supera los US$1.500 y las regalías son iguales. ¿Por qué las regalías para la explotación de la sal 12% son tres veces mayores que las del oro? ¿Las exportaciones declaradas de oro corresponden a metal extraído realmente, o se combinan con reimportaciones ilegales como una forma de lavar activos?
* Rector Universidad Jorge Tadeo Lozano
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