Por: Miguel Ramos
Fecha de publicación: 15/02/11
Al maestre de campo y gobernador de Chile, don Pedro de Valdivia, lo sorprendieron Caupolicán y Lautaro, al frente de araucanos sublevados. Fabula Eduardo Galeano y dice que entonces los indios “le hacen tragar tierra, puñado tras puñado, le hinchan el cuerpo de tierra de Chile, mientras le dicen: "-¿Quieres oro? Come oro. Hártate de oro.” (4)
¿Cuánto metal precioso se necesita para hinchar de oro, digamos, a AngloGold Ashanti, GreyStar, Cerromatoso, Carboandes, Drummond o Muriel Mining Corporation? El maestre de campo don Pedro, quien rasguñó valles enteros chilenos buscando oro y apenas halló la muerte, viéndolo bien, padecía un apetito aurífero ligero si lo cotejamos con la avidez del presente.
La acometida transnacional minera al país se lleva a cabo en casi todas las regiones, en casi todos los flancos y causando todos los daños, sin el casi. Según la propia Ingeominas, desde 2004 el gobierno ha entregado 1.536 títulos para explorar y explotar yacimientos de oro, y hay otros 7.770 en trámite.
Las riquezas del Nuevo Mundo sirvieron para dividir las naciones y empobrecer a sus pueblos. El mismo flaco servicio prestan ahora. Las transnacionales de la minería minan las comunidades y las dividen para reinar. Financian las fiestas populares, costean las carrozas y sufragan los abalorios de las reinas del pandebono y la aguapanela; seducen a dirigentes y sobornan a burócratas; adquieren investigaciones universitarias e investigadores; compran en rebaja togas y jueces.
Y, mientras tanto, siembran cizaña contra los pequeños mineros, demonizan a los opositores y se valen del aval gubernamental para deshacerse de cualquier incomodidad.
Hace varios siglos, conquistadores obnubilados por el oro, como Sebastián de Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada, Nicolás de Federmann, Francisco de Orellana, Gonzalo Pizarro, Sir Walter Raleigh, Felipe de Utre o Lope de Aguirre, padecían las inclemencias de las tierras vírgenes, atiborradas de pantanos y mosquitos.
Ahora, desde un sillón en cualquier parte, se hacen movimientos especulativos y se compran y se venden estas tierras prósperas, pero sin dios y sin ley lo mismo que hace 400 o 500 años. Los campesinos, los indígenas, los afrodescendientes, son los mosquitos.
Como la canadiense Medoro Resources, que ha comprado en el país reservas de 12 millones de onzas de oro, que cuestan unos 8.400 millones de dólares, por la bicoca de 37.5 millones. Un ejemplo gráfico del asunto. Transnacional que, a propósito, dejó en el baúl sus 11 títulos mineros en la misérrima Malí, y, muy creíblemente, el yacimiento “Lo Increíble” en Venezuela, donde paso a paso están tratando de meter en cintura a estas compañías, y pareciera que orientó sus fauces hacia Colombia, específicamente, a Marmato, en el departamento de Caldas, como se puede deducir con una simple ojeada a su portal (5).
La locomotora loca
La locomotora de la minería y los hidrocarburos que el presidente Juan Manuel Santos pretende poner en marcha para jalonar la economía y que figura en el Plan Nacional de Desarrollo, como los proyectos ferrocarrileros del siglo XIX, hechos de la mano del capitalismo y a punta de muertos y de prácticas esclavizantes, amenaza con aplastar todo lo que se le ponga por delante. Para empezar, lo que tiene enfrente es, ni más ni menos, el futuro del país.
Sin pautas claras, con instituciones débiles, cada quien con cartas bajo la manga, cuando ni siquiera existe la capacidad para inspeccionar o vigilar las minas registradas, ni la voluntad de hacerlo, o con los bríos comprados para lo contrario, lo que esta locomotora promete es acentuar los deterioros conseguidos por años, cruzando desbocada por donde se le antoje y menoscabando aún más el medio ambiente.
La mentada inversión extranjera, durante 2009, se orientó, en un 98%, hacia la minería. Son dudosos, por decir lo menos, unos gobiernos que asientan tantas esperanzas en tan viejas prácticas, haciendo de Colombia un país con la economía basada en la extracción de recursos. Una vuelta al pasado gracias al juego del libre comercio, que impide el desarrollo de la ciencia y la tecnología, y sofoca cualquier posibilidad de industrialización.
En las regiones donde las transnacionales mineras tienen intereses manifiestos, las comunidades mineras empiezan a ser amenazadas por los grupos paramilitares, ahora denominados Águilas Negras, Nueva Generación, Rastrojos y/o Bandas Emergentes o Bandas Criminales (6).
El gobierno ha hecho referencia a la presencia de intereses de la guerrilla en la minería, pero ni en voz baja ha mencionado la profunda infiltración paramilitar en el sector. Y en el medio, los mineros, los pequeños mineros o “barequeros”, criminalizados por el propio presidente Juan Manuel Santos, quien ve en ellos una fuente de financiación de las FARC y los grupos criminales.
Un allanamiento del camino para las transnacionales, donde el miedo y el terror hacen la limpieza territorial necesaria para adelantar las explotaciones. El aparato represor completa así el trabajo institucional abierto del engaño y del engatusamiento. A las buenas o a las malas, la protesta social es impedida. Los lugareños nunca son consultados, los estudios desfavorables son alterados o desconocidos, las opiniones en contravía son espantadas. No es hipocondría, es que de cierto estamos graves. Ni es paranoia, es que de a de veras nos persiguen. Miremos bien para atrás, si no.
La sudafricana Anglogold Ashanti ha sido una transnacional de prácticas malvadas y mafiosas. Su llegada al país, incluso, fue a hurtadillas, bajo seudónimo, con nombres camuflados y socios testaferros que en realidad eran altos funcionarios internacionales de sí misma, o sea, de la Anglogold, según investigaciones del periodista Gearóid O. Loingsigh. (7) Su verdadera identidad sólo se revela cuando se anuncia el descubrimiento de La Colosa, en Cajamarca, departamento del Tolima. Ahora la transnacional reconoce que está en el país desde el año 2000, “tres años antes de fundar su empresa fachada”.
Con un pasado negro en Sudáfrica, beneficiaria del Apartheid, donde generó “grandes ganancias a costa de las mayorías negras”, y que tuvo que pedir perdón por el “error” de financiar grupos paramilitares en la República Democrática del Congo, lo menos que transnacionales como la Anglogold deben generarnos es mucha desconfianza.
Y eso que esta es de las buenas. De las que, a lo menos, prometen que rearmarán y reverdecerán las montañas que derrumben, lavarán las aguas que infesten, se tragarán los charcos letales que provoquen y reconstruirán con prótesis los niños que desfiguren. De las buenas, insisto, porque otras ni siquiera se toman el trabajo de mentir. Se quedan en el descabezamiento de los sindicalistas, como la Drummond, o en la protección acérrima de sus secuaces, como la Drummond, defendiendo a Uribe de las acusaciones en una corte de Estado Unidos por vínculos de la empresa con los paramilitares.
Tarareamos hasta la fatiga que somos un país rico en biodiversidad. El cuarto, según el Instituto Humboldt. Los bosques cubren un 40% del país, que acogen el 10 por ciento de las especies vivas del planeta. La única cosa en la que con certeza podemos considerarnos una potencia. Cosa nada despreciable, pues por ahí andan las estrechas posibilidades de perdurabilidad que tenemos como especie, en un planeta que estamos volviendo un desierto, un desaguadero, un moridero.
La megaminería a cielo abierto por lixiviado con cianuro provoca impactos devastadores sobre los ecosistemas y los humanos, y desertifica y modifica la superficie terrestre. Metales pesados y metaloides, como el cianuro y el arsénico, se utilizan por toneladas, y el agua potable se ensucia por metros cúbicos. Por decir algo, para obtener un gramo de oro se gastan mil litros de agua por segundo. En otros términos, una mina se gasta en un día de extracción el agua que consume una ciudad de más de medio millón de habitantes.
Dijo una vez el Mahatma Gandhi que “en la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto para satisfacer la avaricia de algunos". En un país en donde nunca estamos sentados a la mesa ni para las cosas nuestras, no hay otra opción: Terminamos haciendo parte del menú.
Los mineros muertos año tras año en el país, los que mencioné y los cientos que vendrán, son parte de él. Y dado que la francachela y la gran comilona arrecian: Desestabilizadas las laderas, alterada la dinámica fluvial y deprimido el nivel freático, entre tantas otras cuitas, ¿cuál agujereado polvorón o qué amargo bistec somos?
NOTAS:
(1) Portal de Información Minera Colombiana. http://www.imcportal.com
(2) “Tierra sublevada: Oro impuro”. Dir. Fernando E. Solanas. 92 min. Argentina, 2009.
(3) Wikipedia. Revolución de los precios. http://es.wikipedia.org/wiki/Revolución_de_los_precios
(4) Galeano, Eduardo. Memorias del Fuego, I. Los nacimientos. Pág. 139. Ed. Siglo veintiuno editores, 1982.
(5) Portal de Internet de la transnacional canadiense Medoro Resources, en: http://www.medororesources.com/
(6) Kaos en la Red. “Paramilitares amenazan de muerte a los que denuncian irregulares concesiones a Multinacionales Mineras”. Organizaciones de DDHH. Alvear Restrepo. En: http://www.kaosenlared.net/noticia/alerta-paramilitares-amenazan-muerte-denuncian-irregulares-concesiones
(7) “El laabogado.mr@gmail.com
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